¿Sabes qué es procrastinar? Seguro tienes el hábito de dejar para mañana lo que puedes hacer hoy y esto es tan común como ocasionalmente peligroso. Sin embargo, también puede ser el indicador de alerta al someternos a un ritmo demasiado exigente.
Procrastinar, un verbo que se ha puesto de moda en los últimos años y que se refiere a “dejar para mañana lo que se podría hacer hoy”, es básicamente el nombre que damos a un tipo de conducta de elección. Hablamos de procrastinación cuando alguien opta por hacer aquello que resulta más gratificante o menos aversivo y retrasa otras tareas más fastidiosas.
Procrastinar puede ser en ocasiones un problema, pero también puede ser un indicador de que necesitamos parar, de que nos vemos empujados a requerimientos que exceden nuestra capacidad de afrontarlos, de que estamos sometidos a un ritmo excesivamente severo. El derecho a procrastinar se convierte en una exigencia revolucionaria en tiempos de hiperactividad productiva.
La procrastinación nociva es la que puede afectar a nuestra productividad, pero una procrastinación controlada es buena y beneficiosa para nuestra creatividad.
No todo es blanco o negro cuando hablamos sobre procrastinar, porqué lo hacemos y lo que conlleva.
Clasificar nuestras tareas entre urgentes, no urgentes, importantes o no importantes es una eficaz manera de controlar las consecuencias de la procrastinación y evitar un fracaso.
La procrastinación no es un defecto del carácter o una maldición misteriosa que ha caído en tu habilidad para administrar el tiempo; Sino una manera de enfrentar las emociones desafiantes y estados de ánimo negativos generados por ciertas tareas: aburrimiento, ansiedad, inseguridad, frustración, resentimiento y más.
“La procrastinación es un problema de regulación de emociones, no un problema de gestión de tiempo”, dijo Tim Pychyl, un profesor de Psicología y miembro del Grupo de Investigación sobre Procrastinación en la Universidad Carleton en Ottawa, Canadá.
La dificultad de romper la adicción a procrastinar en particular es que existe un número infinito de acciones sustitutas potenciales que todavía podrían ser formas de procrastinación. Es por ello que la solución debe ser interna, y no dependiente de cualquier cosa excepto nosotros mismos.
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